Cuando mi primer hija nació no había pandemia ni nada que impidiera que familiares y amigos pudieran ir a visitarla en el hospital, sin embargo yo tomé la decisión que nadie fuera mas que los abuelos. Así que tuve muy pocas visitas.
Mi hija nació sin problemas aparentes, más allá de que nació apenas cuando cumplía 37 semanas de gestación, sin embargo tanto el pediatra como la ginecóloga dijeron que no había ningún otro problema. La realidad es que yo estaba teniendo muchos problemas para pegármela y amamantarla, me dolía muchísimo y me sentía completamente sola con mi dolor (a pesar de que mi esposo estaba ahí a lado de mí) y completamente incapaz de alimentar a mi bebé a pesar de que yo veía cómo me salía calostro y cómo toda la boquita de mi hija se llenaba de eso. Nadie me ayudaba, me revisaba o me daba algún tipo de contención, sólo pasaban y nos preguntaban a mi esposo y a mi si la bebé comía y nosotros en nuestro total y completo desconocimiento decíamos que creíamos que si porque su boquita estaba llena de calostro y porque a pesar del dolor se pegaba un poco…
Todos estos fueron los primeros momentos de una lactancia que se complicaría bastante, pero eso te lo cuento en otra entrada. En esta ocasión te quiero compartir cómo me sentí, con todo esto a cuestas, nueva madre en un hospital, decidiendo estar sin mi familia, el que alguien me haya dicho ¡NO!
Con todas estas complicaciones mi hija pedía leche cada 5 minutos casi casi y cada vez lo hacía con menos potencia, no lloraba muy fuerte y se cansaba rápido (todo esto yo no lo sabía entonces). Lo que si sucedió es que en un momento que unas personas llegaron a visitarme, además de sentirme cohibida por quitarme el vestido para amamantar, comenzando a puerperar, sin saber aún bien de mi, con todos los miedos que implica convertirse en madre… mi hija comenzó a llorar un poco y como casi no me podía mover porque cualquier movimiento hacía que casi quedara desvestida, les pedí que me pasaran a mi bebé y una de esas personas dijo ¡NO! pues dijo que los bebés necesitaban llorar y fortalecer sus pulmones así que que si quería comer tenía que llorar. Obviamente con la poca fuerza que tenía mi bebé no pudo llorar mucho y se quedó dormida… Me sentí tan desvalida, tan violentada, tan triste, sentí una sensación extraña recorrerme todo el cuerpo pero nada pudo salir de mi boca en ese momento para defenderme o para defender a mi hija, me sentía tan desprotegida y tan vulnerable que no pude hablar, a pesar de que si suelo hacerlo…
La intención de esta entrada es visibilizar cómo una simple palabra puede hacer tanto daño, sobre todo si es una palabra si se dice sólo porque alguien más la dijo, sin mas cuestionamiento, sin mayor comprensión de lo que se está diciendo y lo que puede provocar en una mujer puérpera. De aquí la importancia de cuestionarnos lo que hemos aprendido, no para negarlo todo, pero si para dar lugar a la voz de la mujer que está ahí puerperando, de saber qué necesita y cómo lo necesita sin necesidad de repetir patrones y frases sólo por repetirlos. Hay una gran necesidad de desaprender cosas que se hacen desde el mismo nacimiento para resurgir de manera diferente y crear crianzas también diferentes.